Voy a decir algo. Por el mero gozo de decir. Un pensamiento en voz alta. Intentaré ser claro y respetuoso. No hay verdad absoluta. Solo es mi experiencia.
Siempre he tenido tendencias depresivas, una propensión a la melancolía, una nostalgia de no sé qué. Me gusta estar triste, lo admito, me parece que enriquece y resulta casi evidente que el poder creador de la tristeza es superior a la alegría. Por lo menos en el arte. Nada de esto ha cambiado. Yo no he cambiado. No de manera profunda o estructural. En cierto modo, considero que estamos diseñados de antemano, perfilados, si se quiere, y luego ya nos vamos moldeando o disfrazando como buenamente podemos (porque no siempre querer es poder). Sin embargo, lo que sí ha cambiado es el enfoque, forzado quizá por la falta de tiempo y espacio: ya no me miro tan adentro ni tan a menudo. ¿Me gustaría? Sí. ¿Lo echo de menos? También. ¿Es necesario? Hace años habría dicho: es esencial. Pero no lo es. La vida es mucho más sencilla de lo que nos pensamos. Y digo bien, “pensamos”. Por pensar estamos donde estamos: atrapados. Hemos mitificado en exceso el supuesto raciocinio, la psicología, la complejidad. Yo me pregunto: ¿cuánto de pose hay en tus abismos? Quizá tu camino interior debería empezar por ahí. ¿Estás verdaderamente desesperado o quieres estarlo? Suena muy fuerte, ya lo sé, trato de rasgar un poco el velo del malditismo. Reformular las reglas del juego.
Estoy de acuerdo con dar visibilidad a la enfermedad mental, a los traumas, a la depresión y a la tristeza (el edificio en llamas de Foster Wallace, por ejemplo). Todo este dialogar y poner sobre la mesa me parecen bien, aportan interés y matices a la vida, la dignifican incluso, a veces. El problema es normalizar el problema, ¿me explico? Que el suicidio dejara de ser una opción descabellada es un puto fracaso de la sociedad. Es inadmisible. De todas formas, no venía aquí a hablar de ese último salto a la nada. Pretendo pararme antes. A lo que iba es: las capas y capas de “personalidad” que te echas encima, ¿son tuyas? Porque pudiera ser, piénsalo, que fueran ruido y paja, una excusa para dejar de vivir, un subterfugio victimista. De nuevo suena fuerte, lo sé bien, pero estoy convencido de que muchas de las desgracias que ocurren están solo en tu cabeza. Sal de ella. Que sí, que no es fácil, pero no estoy hablando a los suicidas, a los verdaderamente desesperados, te estoy hablando a ti, egoísta y narcisista, producto del tiempo sin esperanza que nos vendieron, jirón de hombre (o mujer) sin rumbo ni asideros. Te han estafado. La psicología que te iba a salvar, que te ayudaría a reconocerte, a forjarte a tu imagen y semejanza cual dios pagano, te sumió en el laberinto.
Punto y aparte, aunque sigo la misma idea. Todo lo que no venga a sumar al mundo, todo ese dolor que sientes o dices sentir, si no es creador, no vale nada. ¿Para qué automutilarse? Lo revolucionario hoy día es la alegría, apostar por la vida, sonreír al futuro; quizá tener hijos, joder, hasta ese punto de ridiculez hemos llegado, que anulamos un impulso básico en cualquier especie porque, oh my gosh, no es cómodo ni agradable. Te lo confirmo: es una mierda. Pero es lo que somos. Te remito a Cartoon Network: “Mandril, mandril, te crees el rey, y no eres más que un mono vulgar…” Jajajaja. No, es broma, por quitar hierro al asunto. Y, mira tú, de eso se trata. Relájate de una maldita vez. No todo es un drama. No todo es tragedia. El universo no se acaba a cada rato porque te afloren las lágrimas, por no saber quién eres ni adónde vas, ¡por ser humano y tener dudas! Lo que argumento es que quizá lo que debieras hacer es no pensar tanto, actuar un poco más, tomar decisiones porque sí, seguir a tu instinto, confiar en que las cosas irán bien, sin más. En definitiva, tener fe. Y no, la fe no se explica ni se presta al psicoanálisis. Simplemente, es. En esencia, todos somos. Y, sorpresa, es suficiente.
Otro punto y aparte porque mi TOC me empuja a párrafos simétricos…
Todos somos. Uhmmm. Es suficiente. Uhmmm. Basta decir sí. Uhmmm. A veces ni eso. La vida obliga. La vida aprieta. Desnúdate. Abraza tu cuerpo y tu alma sin peso. Vacía de sombras y fantasmas la cabeza. At the end of the day, merece la pena. Que no, que nada tiene sentido, ya lo sabemos. Que todo esto que digo no le resta oscuridad a la cosa, de acuerdo. Que ya convinimos que, de hecho, la oscuridad enriquece (bien enfocada). Ahora deja de mirarte el ombligo. Te sobra tiempo. Si estás bloqueado en un mundo de lodo y miseria mentales, busca otro mundo, más terrenal, menos fundado en proyecciones y quimeras del ego engañoso. Abraza a alguien, yo qué sé. En la calle incluso. Vuélvete loco. O loca. Cántate algo. En resumen, la mayoría de traumitas que le cuentas al psicólogo a razón de ¿50? euros la sesión son humo. Gilipolleces. Rodeos para no aceptar la insignificancia y el vacío. ¡Dan lo mismo! Todo eso no eres tú. Mira más lejos.
Y lo digo yo, que me encanta transitar por esas sendas y no guardo nada, adalid de la transparencia, mi basura siempre a la vista. Pero vivo de contradicciones y ambigüedades. Triste y alegre a un tiempo. Melancólico y satisfecho. Agradecido y maldiciendo. Lo que quiero para mis hijos es esto: no conformarse. Salir de ellos mismos. Buscar la trascendencia desde el suelo, conociendo su origen azaroso e imperfecto. No gastar sus energías tontamente en pos de un algo que no es suyo, impuesto por corrientes ideológicas conscientes o inconscientes que limitan y que anulan mientras gritan “libertad”. No te lo creas. De tan libres, nos perdimos. Puede que aún nos cueste algunos siglos reencontrarnos.
Mientras tanto: sencillez. Humildad. Ternura. Alegría.
Aunque duela en lo más hondo.
Sin reservas.