Un pensamiento
Voy a decir algo. Por el mero gozo de decir. Un pensamiento en voz alta. Intentaré ser claro y respetuoso. No hay verdad absoluta. Solo es mi experiencia.
Siempre he tenido tendencias depresivas, una propensión a la melancolía, una nostalgia de no sé qué. Me gusta estar triste, lo admito, me parece que enriquece y resulta casi evidente que el poder creador de la tristeza es superior a la alegría. Por lo menos en el arte. Nada de esto ha cambiado. Yo no he cambiado. No de manera profunda o estructural. En cierto modo, considero que estamos diseñados de antemano, perfilados, si se quiere, y luego ya nos vamos moldeando o disfrazando como buenamente podemos (porque no siempre querer es poder). Sin embargo, lo que sí ha cambiado es el enfoque, forzado quizá por la falta de tiempo y espacio: ya no me miro tan adentro ni tan a menudo. ¿Me gustaría? Sí. ¿Lo echo de menos? También. ¿Es necesario? Hace años habría dicho: es esencial. Pero no lo es. La vida es mucho más sencilla de lo que nos pensamos. Y digo bien, “pensamos”. Por pensar estamos donde estamos: atrapados. Hemos mitificado en exceso el supuesto raciocinio, la psicología, la complejidad. Yo me pregunto: ¿cuánto de pose hay en tus abismos? Quizá tu camino interior debería empezar por ahí. ¿Estás verdaderamente desesperado o quieres estarlo? Suena muy fuerte, ya lo sé, trato de rasgar un poco el velo del malditismo. Reformular las reglas del juego.