Un poema de Perdona que sea casi todo:
(leer en pantalla grande o girar el móvil)
Por encima de todas las cosas, el silencio.
Silencio que nunca conocí: el silencio del silencio.
Un silencio antiguo que se anuncia en las alturas,
conjunción de verde y hoja, como naves valerosas
que atraviesan el océano, son a son junto
al sonar de las campanas a lo lejos. Ese silencio.
Quiero un silencio así desde el momento
en que extravié la mágica linterna que separa
aceite y sombra, incendio y cosa muerta…
¡Cómo hablar de lo innombrable! Aspiro a convertir
aquel vacío en catedral y melodía que conjure
el Universo. Todo es metáfora, lo siento, desconozco
otro lenguaje que haga frente a este silencio sin
silencio en el que Edipo hace preguntas a la Esfinge
que se ríe, alterando el curso de la historia
mitológica. Soy muy pequeño, apenas el murmullo
de la arena al esparcirse por la playa abandonada;
temeroso caminar del fugitivo perseguido
por el pozo de tiniebla que amenaza con abismos
de distancias imposibles. Mi patria es el recuerdo
y el enigma donde siempre sobrevivo, pero no,
me pesa el corazón de mil pasillos y conductos para
la ventilación destartalada, escondite que encontré
sin pretenderlo por el ojo periscópico. ¿Se entiende
lo que digo? Estoy pintando un cuadro con
mi ausencia irremediable en el silencio; humilde
obra de castillos arenosos frente al viento
_____________ que no cesa y se celebra como grieta
en las alturas, silenciando verde y hoja y son
sonoro de campanas apagadas. Quizá la marcha
fúnebre del tiempo que nos queda por barrer
de calles sucias entre el mágico oleaje de linternas
golpeando un horizonte de ladrillo y pavimento.
Nada se mueve en este altar en el que Edipo
hace preguntas. Solo el silencio del silencio.
El silencio antiguo y sabio que no tengo.
Por encima de todas las cosas que se ignoran,
ese silencio.